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Detrás del tiempo

Olivar del eterno retorno en la rutina de la oliva roída por el tiempo de pasos envasados en el vacío de la ceguera que la rodea. Quien no huela la tierra húmeda del barrizal, quien no sienta suya la victoria de las semillas que brotan reafirmando su esencia vital, quien no acaricie la sintonía de los que vienen y van jamás sabrá de la cárcel que encierra sus pies, de los muros que coartan su mirada, del asfalto que envenena nuestras simientes. Los demás, sonreiremos a septiembre dejando un suspiro envasado en esperas para aquellas que quieran ver amanecer con el rocío de una voz, con la caricia de la mañana avivando el cuerpo rebelde que renace una vez más en tierra quemada de angustias para dejar de marcar nuestros instantes en calendarios deshojados por la obligatoriedad de tachar días premeditadamente.

Esta aceituna sabia de su suerte y empezó a madurar sin un horario que ordenara su corriente. El tiempo no debería entender de semanas programadas, no, de nervios anticipados, ni noches en vela, ni madrugones innecesarios. El tiempo existe en el ciclo que todo lo complementa, no en el artificio que supone nuestra condena. Invito al descontrol de nuestro día a día, al paso que florece en nuestras ventanas cuando quedan abiertas regando sombras con aliños de espontaneidad. Invito a mis lagunas mentales a la transformación consciente, a la utopía inmediata. Salvar el impulso. Solo eso.

La magia yace detrás del tiempo.





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